La directora de “Una pastelería en Tokio” nos presenta su última película, un melodrama romántico con muchos tintes naif.
El núcleo del argumento gira entorno a la relación entre Misako y Masaya. La primera es una joven locutora de audiodescripcciones para películas de invidentes y el segundo es un fotógrafo con una enfermedad degenerativa que está perdiendo paulatinamente la visión.
Misako pone todo su empeño en tender un puente emocional entre los vídeos que ella locuta y un grupo de invidentes que sugieren amablemente cambios o mejoras sobre su trabajo. Masaya, como miembro del grupo, no sólo se limita a opinar sobre sus locuciones, sino que tumba todas las ideas que pone la joven sobre la mesa. Esto generará una relación de amor-odio (bastante floja, dicho sea de paso) que acabará de una forma un tanto absurda, con un Masaya profundamente emocionado con el trabajo de la joven, del que antes echaba sapos y culebras.
En resumidas cuentas, intenta ser una bella historia con un mar de matices bañada por una casi constante luz crepuscular que inunda toda la pantalla y acaba saturando al espectador.
Personalmente, no soy muy fan de que me quemen la retina ni de los recursos lacrimógenos de segunda división. Poca naturalidad y ausencia de química entre los personajes.
Prescindible.
Texto: Inés Arqued