El pasado viernes pudimos catar a una leyenda viva y, visto lo visto, las dos afirmaciones van por el buen camino. Porque Bob Dylan es una leyenda incontestable, autor de una de las discografías más excelsas del mundillo y que ha revolcado el panorama del rockanroll en multitud de ocasiones solo con su guitarra o dotándolo de mística y blues, electrificándolo o acercándolo a “Dios”; pero es que también es un artista al que muchos dieron por desaparecido pero que se resiste a ser enterrado por mucho que sus últimas propuestas no vayan más allá de un capricho. Yo lo vi una sola vez, funesta por cierto, en la Playa de la Zurriola (2006), gratis y en el marco del Concierto Por La Paz, junto a un Mikel Laboa que, en media hora de concierto, le dio sopas con ondas al bueno de Bob. Así que no las tenía todas conmigo pero me animé leyendo las últimas crónicas, todas ellas elogiosas del momento de forma del mago de Duluth.
Y acerté de pleno. El concierto ocupará este año el pódium de lo mejor del ídem y, si alguien quiere desbancarle del peldaño más alto se lo tendrá que currar mucho, ¡’pero mucho!! Dylan frasea ya inteligente, recita unas veces sobre un ritmo trotón como en la magnífica versión de “It Ain’t Me Babe”, y otras afronta el tema con una sencillez que desarma al escucha atento y lo impregna todo de emoción (“Soon After Midnight”). Durante dos horas más o menos y con una banda impresionante, que apoya al maestro, que lo pinta todo con notas que enmarcan sobrias la voz del genio, Dylan transitó, sobre todo, por los discos que te hacían trasegar el polvo del camino. Time Out Of Mind (creo que este es mi disco de estudio favorito de Dylan), Love And Theft, Modern Times y Tempest coparon la mitad de un concierto que también aliñó con temas imperecederos, como en ese comienzo apabullante en el que a una “Things Have Changed” (que le sirvió para ecualizar a la perfección el sonido a pesar del eco del BEC) siguieron “It Ain’t Me Babe”, una “Highway 61 Revisited” espléndida por minimalista y por un estupendo solo de la steel, y por una no menos deslumbrante “Simple Twist Of Fate” a lomos de una guitarra sinuosa (magnífico Charlie Sexton toda la noche) y de un solo de armónica con fuste.
A partir de ahí, el concierto fluyó cuesta abajo, con Dylan cómodo al piano (y tocándolo muy bien por cierto) e intenso en lo vocal. Y fue aquí donde, en mi opinión, Dylan destacó. Su voz no es la que era pero en el BEC se oyó a un artista complejo, que dotó de matices y de alma muchos temas, que te atrapan, te llevan a su terreno y te acaban desbordando. Hizo bien en olvidarse de sus ocurrencias sinatrianas, centrándose en el folk acicalado de roll, en el blues rijoso con las dos guitarras pugnando por ser la mejor (“Early Roman Kings”), en el rockanroll crepuscular (una acojonante “Love Sick”) y en canciones que suenan a arena, a carretera desértica e inabordable, con un trabajo inmenso a la voz mínimamente “decorada” por una instrumentación minimalista al servicio del artista (espléndida “Scarlet Town”).
Si a todo esto añadimos el regalo de “Dignity”, una canción que no tocaba desde 2012, y un bis en el que epató con una versión de “Blowin’ In The Wind” reconocible a pesar de la deconstrucción (instrumentación con violín por medio), mi respuesta a una entrada en Facebook cobra sentido. ¡¡FUE LA HOSTIA!!
Lugar: BEC (Barakaldo)
Fecha del Evento: 26 de Abril de 2019
Texto: Lorenzo Pascual