“Aún sigo siendo el puto amo”. Esto es lo que debía estar pensando Bob Dylan, brazos en jarra, ayer al finalizar su concierto de Donostia (en el Donostia Arena, antigua plaza de toros de Illumbe) ante una audiencia totalmente entregada, que a veces parece que ha ido más a ver al mito que al artista.
No creo este tipo de recintos sean los propicios para los shows actuales de Dylan. Con una puesta en escena intimista, casi en penumbra, donde apenas se pueden diferenciar los rostros, y pensados más para la captación de todos y cada uno de los matices de la interpretación, que para bailar y corear himnos. Este es el Bob Dylan actual. Y esto es lo que más me gusta de él. Un tipo que no se ha dejado llevar nunca por el estancamiento y en cada etapa ha hecho lo que le ha parecido que tenía que hacer. Sin importarle lo que le digan los demás. Por eso, a sus 74 tacos, se permite el lujo de vasar sus conciertos, casi en su totalidad, por canciones de sus últimos discos. En las cuales él se siente cómodo, las disfruta, las siente. Y eso se nota en cada fraseo. En cada palabra. En cada nota. ¿Qué pinta ahora cantando “Mr. Tambourine Man”? Pues nada. Absolutamente nada. Pero esto no es lo que debían estar pensando una gran mayoría del público ayer congregado. Los contínuos levantamientos de silla para ir a por aprovisionamiento líquido, las charlas, los móviles… no asimilo lo de ir a un concierto y no prestar atención, solamente por el hecho de decir… “yo estuve allí”. Si, estuviste. Muy bien. Varias veces tuve que decir a gente de mí alrededor… “perdón, ¿se podría callar o hablar más bajo? Algunos hemos venido a escuchar el concierto”. Varias veces pensé en cambiarme de lugar. Así fue muy complicado poder involucrarme en cuerpo y alma. Pero lo hice. Vaya si lo hice. Dylan es un brujo. Tiene duende.
Andrés Calamaro era el encargado, al igual que en la gira de 1999, de abrir el espectáculo para el de Duluth. En un recinto, aún con muchas localidades sin ocupar y en versión cuarteto (piano, guitarra y armónica), Andrés y sus compinches ofrecieron una reconstrucción de sus canciones. Acústicas. Más íntimas. Con el aroma de un potrero de Buenos Aires. Pudimos escuchar preciosas versiones de “Mi enfermedad” “Paloma” y “Estadio Azteca” con un excelso Antonio Serrano a la armónica. El tango se apodera del ambiente. Tras unos escasos 45 minutos, ponen fin al recital. Ahora toca esperar al maestro.
A las 22:15, exactamente a la hora que estaba estipulada su actuación, aparece en escena Dylan y su banda, con una introducción acústica a cargo de Stu Kimball a la guitarra. Todos perfectamente conjuntados. Ellos de rojo. El jefe de blanco impoluto y camisa negra. Bajo la única iluminación de 8 focos que cuelgan del techo, se disponen a comenzar. Dylan, parapetado en el centro del escenario, escupe las palabras de la primera canción de la noche. Un setlist casi calcado al del resto de la gira (exceptuando una canción), y que lleva tocando casi 2 años. En el Dylan actual, ya no hay sorpresas de cambio de set cada noche. El disfruta así ahora. Y lo aceptamos. “Things Have Changed” abre la velada con un ritmo más ligero de lo habitual y sirve para ajustar sonido y ver que todo está en orden. “She Belongs To Me” suena poderosa. Dylan la siente y ofrece una versión magistral, apoyado en un enorme solo de armónica. “Beyond Here Lies Nothin´” nos anima antes de descorazonarnos con la bella “Workingman´s Blues 2”. “Duquesne Whistle” nos arrolla como un tren de mercancías. “Waitin For You” pasea por la frontera mexicana. Estos nuevos arreglos me gustan. En “Pay In Blood” queda claro que pagará con sangre, pero no con la suya. Enorme Bob. Es este momento llega la gran sorpresa de la noche para un servidor. El estreno en gira de “That Lucky Old Sun”. Absolutamente estremecedora. Con Dylan llegando a cotas elevadísimas. La emoción me corroe. Los ojos se humedecen. Ovación atronadora. Una buena “Tangled Up In Blue” pone punto y final a la primera. Ahora, un descanso de 20 minutos, anunciado por el propio Bob. Lo que menos me gusta del espectáculo. Una vez que estás en faena, metido de lleno en el concierto, esto es un jarro de agua fría. Pero así tiene que ser. El jefe manda.
“High Water (For Charlie Paton) abre la segunda parte. Fantasmal. Densa. Seguimos donde lo habíamos dejado. El show no se resiente, es más, ha ganado algo… “Simple Twist Of Fate” es sencillamente hermosa. Uno de los momentos de la noche. Dylan arrojando sentimiento en cada letra. Azotando el corazón. Apunto de quebrar. “Early Roman Kings” suena a blues pantanoso y “Forgetful Heart” nos vuelve a tocar la fibra. “Spirit On The Water” suena alegre. Con Dylan jugando en el fraseo. “Soon After Midnight” es sencilla, bella, y da paso uno de los momentos más emocionantes de la noche. “Long And Wasted Years” es sencillamente magistral. Hacía tiempo que no oía a Dylan cantar así. Orgásmico. De rasgarse las vestiduras. No puedo más que arrodillarme ante él. La versión de “Autumn Leaves” pone punto y final.
Ya en los bises, con la gente agolpada a pie de escenario, una “Blowin In The Wind” algo descafeinada. Eso sí, quizás fue la canción más jaleada, la única que conocerían la mayor parte de la audiencia. Y para cerrar, no encuentro una mejor manera que con “Love Sick”. Dylan sacando su cante jondo. Ese… “I´m Walkin´throuhg streets that are dead…” siempre me pone la piel de gallina.
La banda despidiéndose en el centro del escenario con Bob charlando con su bajista Tony Garnier. Me imagino diciéndole… “Tony, ¿alguno entenderá lo que acabamos de hacer?”. Yo creo que la mayoría no, por los comentarios oídos después. Pero para mí acabas de pintar una puta obra maestra.
Esperando para volver a verle una penúltima vez…
Lugar: Donostia Arena (Donosti)
Fecha del evento: 11 de julio de 2015
Texto: Jorge Escobedo